Hechos

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El Libro de los Hechos es un eslabón importante en la cadena de los libros del Nuevo Testamento. Es el eslabón de continuidad que hace una unidad de los anales históricos de la vida de nuestro Señor y los escritos didácticos y devocionales del periodo apostólico. Habiendo escrito el Evangelio para que su amigo, el muy buen Teófilo, tuviera la certidumbre de “todas las cosas que Jesús comenzó a hacer y a enseñar, hasta el día en que fue recibido arriba”, Lucas ahora continua desde donde suspendió el relato, Los Hechos es la continuación de la narración del Evangelio. Nos muestra cómo Cristo obraba todavia, por medio del Espíritu Santo, estableciendo, edificando y extendiendo la iglesia. 

Pero el libro de los Hechos es también una explicación. En las Epistolas se hacen referencias frecuentes a la iglesia que no tienen explicación plena y final de los Evangelios. Además, trece delas epístolas que siguen fueron escritas por un hombre a quien jamás mencionan los Evangelios. Para que comprendamos claramente la continuidad dela historia iniciada en los Evangelios, necesitamos este importante eslabón. El propósito de este complemento de los Evangelios es demostrar que el programa de nuestro Señor Jesucristo no concluyó con Su muerte, resurrección y ascensión, sino que fue continuado y completado por medio de Sus discípulos. Los evangelistas cuentan de Sus promesas en cuanto a la iglesia (Mat. 16:15-20), el don del Espíritu Santo (Juan. 18 14:16-17), y la predicación del Evangelio a los gentiles (Luc. 24:46-47); los Hechos relata el cumplimiento de estas promesas. Las grandes actividades misioneras de la iglesia, registradas en este libro, completan el programa triple para el cual Dios llamó primeramente a la nación hebrea. En el primer capítulo se nos revela la diferencia entre el reino y la iglesia. Cuando en vísperas de Su ascension los discípulos hicieron la pregunta pertinente, “Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo?” (1:6), el Rey de los Judios tuvo una excelente oportunidad de revelarles si el programa del Antiguo Testamento, de un reino terrenal, sería puesto a un lado a causa de Su rechazamiento y crucifixión. Pero Su contestación no niega la venida del reino esperado, ni da ninguna explicación de un cambio en Sus planes. En lugar de ésto, solamente posterga el periodo del reino hasta que haya pasado el día de la iglesia. Los Hechos de los Apóstoles y las epistolas que siguen se ocupan principalmente de la iglesia y no del reino. 

Esta distinción se revela aún más claramente en el capítulo quince. En medio del gran esfuerzo misionero de la se reunió un importante concilio en Jerusalén a fin de acallar la pretensión de los miembros judíos de la iglesia, de que los cristianos gentiles guardaran las leyes ceremoniales. La decisión de este concilio es importante, no sólo porque libró a los gentiles de la esclavitud de la ley ceremonial durante el tiempo presente y reconoció la vuelta futura del Rey de los judíos para restaurar el reino a Israel (15:16). 

omina los Hechos de los Apóstoles, estos 28 capítulos de ninguna manera registran todas las actividades de los apóstoles. Nada dice de la estadía de Pablo en Arabia, la cual él menciona en su Epistola a los Gálatas (1:17), ni nos relata la presencia de los evangelistas en Egipto o en Babilonia, de la cual habla Pedro en una de sus epístolas (IPedro 1:1; 5:13). No menciona la organización de la iglesia en Roma, aunque la epístola de los Romanos nos indica claramente que ésta existía antes que Pablo llegara a la metrópoli. Muchos de los detalles de las privaciones y persecuciones de Pablo no se dan en los Hechos, sino en 2 Corintios. 

En el primer capítulo de los Hechos tenemos una lista de los apóstoles que estuvieron presentes en la reunión de oración de la cual nación la iglesia. A algunos de ellos no se les menciona más y a otros de les presta poca atención. A Matías, elegido para llenar el lugar de Judas, no se le nombra más, y dos de los diáconos elegidos más tarde, reciben más atención que algunos de los doce apóstoles. Es por lo tanto, evidente que este libro no contiene los hechos de todos los apóstoles. Los dos personajes principales son Pedro y Pablo, siendo el primero el dirigente de la iglesia en Jerusalén y Samaria, y el segundo el gran misionero al imperio romano. 

Al fijarnos en estas discriminaciones, especialmente en la sustitución de Pablo, elegido de Dios, por Matias, elegido por los apóstoles, a pesar de que aparentemente Matías estaba mejor preparado para la tarea (1:21,22), no podemos menos que reconocer que este libro es en realidad los Hechos del Espíritu Santo. Luchas hace en los 28 capítulos 71 referencias al Espíritu Santo, y era sin duda su propósito relatar el maravilloso derramamiento del Espíritu Santo en el Día de Pentecostés, para que la iglesia aprendiese de una vez para siempre la lección de que sin el Espíritu de Dios todas las demás cualidades son impotentes. Cada capítulo contiene o una oración, o una referencia a una reunión de oración, y cada empresa delos apóstoles terminaba o en una refriega o en un avivamiento. Y así Lucas nos presenta algunas muestras de la predicación apostólica. (hay cuatro sermones de Pedro, cuatro de Pablo, uno de Esteban y uno de Felipe), relata algunos de los principales milagros por los cuales se confirmó el testimonio del evangelio (hay 20 en total), y finalmente, las circunstancias que llevaron a la admisión del mundo gentil a la iglesia cristiana. 

El capítulo dieciséis revela el carácter sobrenatural del libro y de la obra maravillosa que describe. Aquí Lucas nos relata como el Espíritu Santo prohibió dos veces a los misioneros que predicaran en Asia, y al mismo tiempo los dirigió sobrenaturalmente al gran continente europeo como su campo futuro de acción (16:6-10). Seguros de que el Señor los llamaba a Europa, en el puerto de Troas cuatro hombres toman pasaje para Macedonia: Pablo, Silas, Timoteo y Lucas. “Los vientos los llevan sobre las aguas que quinientos años atrás habían transportado la magnífica armada de Jerjes. Estos cuatro hombres en el barco que sale de Troas han de lograr lo que los millones de Jerjes no pudieron hacer; conquistar, no sólo Grecia, sino toda Europa”. Desde que el libro de los Hechos trata del origen de la iglesia, y ésta debía encontrar su mayor crecimiento entre los gentiles, es apropiado que un griego, el único gentil entre los treinta y seis escritores de la Biblia, haya escrito sus páginas. Además, conocía personalmente muchos de los hechos y personajes de la historia que relata, como lo demuestra la notable vividez y exactitud de su descripción, especialmente cuando las escenas se sitúan en tierras o mares griegos. Demuestran su admiración y devoción hacia Pablo, lo mismo que su conocimiento personal de los hechos que describe, usando el término “nosotros”. Un estudio de aquellas porciones del relato escritas en primera persona sugieren que Lucas se unió a Pablo en Troas (16:10), pero que se quedó en Filipos (17:1), donde lo encontraron después de un período de siete años (20:5). Se unió de nuevo a la compañía y compartió las trágicas experiencias de Pablo en Jerusalén y en Roma. 

El versículo clave de Los Hechos es el programa de la iglesia, expuesto brevemente por nuestro Señor en Su mensaje de despedida: 

“Y recibiréis la virtud del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros; y me seréis testigos en Jerusalén y en toda Judea, y en Samaria, y hasta lo último de la tierra”. (1:8) 

Los discípulos debían permanecer en Jerusalén hasta Pentecostés, y entonces, llenos del poder del Espíritu Santo, debían testificar en círculos concéntricos hasta que alcanzasen lo último de la tierra. Este programa se cumplió dentro de los treinta años cubiertos por el libro de los Hechos. Los primeros siete capítulos describen los sucesos relacionados con la fundación de la iglesia en Jerusalén; en los siguientes cuatro capítulos vemos a los evangelistas en Judea y en Samaria. Después se nos relata la extensión de la iglesia hasta Asia Menor (capítulos 13 – 15); luego sigue el llamamiento a Europa y el establecimiento de iglesias en Grecia y Macedonia. En los últimos capítulos (21-28) vemos el evangelio llevado a Roma, el centro mismo del mundo civilizado. 

El día de Pentecostés fue el natalicio de la iglesia. Esta fiesta, que ocurría cincuenta días después de la Pascua, conmemoraba la cosecha de trigo (Lev. 23:16), y era la ocasión de una gran concurrencia en Jerusalén. Se citan como presentes a dieciséis nacionalidades (2:9-11), y todos oyeron a los apóstoles hablar en su propia lengua, lo que anunciaba aun entonces, aquel día lejano en que este mismo mensaje de los apóstoles sería impreso en más de mil idiomas y dialectos. Es bueno que notemos los característicos de los primeros miembros de la iglesia. Sin excepción eran sinceros, resueltos, sociables, compasivos y sistemáticos (2:41-47), lo cual sin duda explica el notable éxito de la primitiva iglesia. El abandono voluntario de sus negocios y de sus propiedades a fin de tener ellos el tiempo y los apóstoles los medios, para el esfuerzo mundial misionera, no era comunismo en ningún sentido de la palabra. La iglesia primitiva fue movida no por el egoísmo, sino por el sacrificio. El comunista pregunta: “¿Cuánto puedo sacar?”, no “¿Cuánto puedo dar?“. 

En relación con el establecimiento de la iglesia, los apóstoles se vieron en conflicto constante con las autoridades judías. La primera discusión se originó en el milagro del hombre cojo a la Puerta Hermosa del Templo, que condujo al arresto de Pedro y Juan (capítulos 3,4). El segundo conflicto nación de su persistencia en predicar la Palabra a pesar de las amenazas y las prohibiciones. Esto llevó a un segundo encarcelamiento y a una liberación milagrosa (cap. 5). El tercer conflicto lo provocó el sermon magistral de Estaban, que ocupa el capítulo más largo del libro (cap. 7). Su vehemente denunciación de la incredulidad judía enojó tanto a las autoridades que, bajo la dirección de un joven y brillante fariseo, Saulo de Tarso, Esteban fue apedreado, y se comenzó una gran persecución. Esto llevó al esparcimiento de los miembros de la iglesia en todas direcciones, y marcó el principio de un movimiento hacia el exterior para evangelizar el mundo. 

Los cuatro capítulos siguientes (8 – 12) se dedican al ministerio palestino. Felipe, uno de los seis diáconos elegidos junto con Esteban (6:5), empieza su ministerio samaritana. En relación con ésto Felipe entra en contacto con un importante oficial etíope, y como resultado de la conversión de éste, el evangelio es llevado al Africa (cap. 8). Mientras tanto, Pedro predica y hace milagros en Lydda y Joppe. En este último lugar tiene una visión especial de los derechos de los gentiles al evangelio, que le conduce a su ministerio especial al centurión romano Cornelio, quien puede haber sido responsable por el establecimiento de la iglesia en Roma. (cap. 10). Pero Dios tenía para los gentiles mayores planes que estos. Saulo “respirando aún amenazas y muerte contra los discípulos del Señor” llevó su persecución vigorosa a ciudades más allá de Jerusalén; pero es repentina y milagrosamente detenido, cegado y convertido (9:1-9). Su conversión fue uno de los hechos más grandes de la historia de la iglesia cristiana. Después de esto ya no es Saulo el fariseo, sino Pablo el cristiano, y quizá el misionero más concienzudo, mas consagrado y más influyente de toda la historia. Fue el vaso escogido por Dios para llevar el evangelio a los gentiles. El resto del libro de Los Hechos se dedica a los tres viajes misioneros de Pablo. 

El centro del ministerio gentil no fue Jerusalén sino Antioquía. Partiendo de esta ciudad en su primer viaje misionero, Pablo trabajó en Salamina y Pafos en la Isla de Chipre, Perge de Panfilia, Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra y Derbe de Licaonia (capítulos 13,14). El éxito acompañó en todas partes a su ministerio, pero de igual manera le siguieron las persecuciones. Los judíos incrédulos incitaron al pueblo, parte del cual apoyaba a los judíos mientras que el resto apoyaba a los apóstoles. Como resultado, no le fue posible a Pablo permanecer mucho tiempo en ninguna ciudad. 

Saliendo de Antioquía en su segundo viaje misionero. Pa antes que viniera el llamamiento a cruzar el Hellesponto y a trabajar en Grecia y Macedonia (16:1-10). La primera ciudad importante que visitó en Macedonia fue Filipos, en donde sufrió la cárcel y fue milagrosamente rescatado (16:11-40). Luego recibió su visita Tesalónica, desde donde la persecución acérrima le obligó a ir a Berea hasta donde le siguieron los judíos incrédulos a hicieron necesaria su ida a Atenas (17:1-15). Aquí dió a las mentes más eruditas de la época un discurso magistral, como resultado del cual algunos se mofaron de él, pero otros manifestaron el deseo de volver a oírle (17:16-34). Después de esto visitó a Corinto, y en este gran centro comercial el apóstol tuvo el privilegio de trabajar durante dieciocho meses (18:1-18). Al salir de Corinto permaneció por breves días en Efeso y de allí se dirigió a Jerusalén para asistir a alguna fiesta religiosa (18:19-21). 

El tercer viaje misionero también partió de Antioquía, pero concluyó con el arresto y el encarcelamiento de Pablo en Jerusalén. De Antioquía el apóstol se dirigió a Efeso, donde se levantó un gran furor debido al hecho que disminuía el negocio de los plateros fabricantes de templecillos de Diana cuando los conversos de Pablo abandonando a aquella diosa por Cristo (cap. 19). De Efeso Pablo fué a Macedonia y a Gracia, visitando las iglesias que había fundado en su segundo viaje (20:1-5). De regreso se detuvo en Mileto, donde mandó llamar a los ancianos de la iglesia a Efeso y les dió un afectuoso discurso de despedida (20:17-38). De Mileto Pablo se dirigió a Cesarea, en donde el evangelista Felipe trató de disuadirle de ir a Jerusalén a causa de la actitud hostil de los judíos (21:1-14). Pero sin conmoverse por estas

advertencias siguió hasta Jerusalén, donde fue amenazada su vida y fue rescatado sólo por la intervención de los soldados romanos (21:18-40). 

De ahí en adelante Pablo era prisionero de los romanos, y tan acerba era la enemistad de los judíos y tan desesperados sus esfuerzos para destruirle, que fue conducido por fuerzas armadas a Cesarea para su seguridad personal. Allí estuvo preso durante dos años, durante los cuales se le permitió hacer su defensa, primeramente ante Félix (cap. 24), luego ante esto (cap. 25), y luego delante de (cap. 26). Estos discursos forenses de un prisionero delante del tribunal son sin paralelo, y hubieran ganado la libertad de Pablo si él, para salvarse de los judíos, no hubiese hecho uso de su prerrogativa de ciudadano romano de apelar a la corte suprema del Cesar en Roma (25:12, 26:32). No quedaba pues sino enviar al prisionero a Roma. El relato de su viaje y del desastroso naufragio (cap. 27) es de sumo interés a causa de los detalles que se dan, y que son plenamente apoyados por las investigaciones modernas. Mientras que la nave se perdió, todos los de a bordo se salvaron, información que había sido dada de antemano a Pablo por Dios (27:22-24). Fueron arrojados a la isla de Melita (hoy Malta), donde permanecieron por espacio de tres meses antes de que una nave que pasaba les permitiera completar su viaje a Roma. Durante dos años Pablo estuvo prisionero, a estrechamente que no pudiera predicar algo y escribir mucho, pues fue durante este tiempo que dirigió sus epístolas a los Efesios, a los Filipenses, a los Colosenses y a Filemón.